domingo, 27 de octubre de 2013

PSICOANALISIS Y REALIDAD: PSICOLOGÍA - J. A. MARINA (Anatomía del miedo

PSICOANALISIS Y REALIDAD: PSICOLOGÍA - J. A. MARINA (Anatomía del miedo: “El perspicaz Hobbes, escribió una frase terrible, que podríamos repetir todos: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi ...

PSICOLOGÍA - J. A. MARINA (Anatomía del miedo

“El perspicaz Hobbes, escribió una frase terrible, que podríamos repetir todos: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo.”

Uno de los hilos que trenzan la historia de la humanidad es el continuo afán por librarse del miedo, una permanente búsqueda de la seguridad y, recíprocamente, el impuro deseo de imponerse a los demás aterrorizándolos.

¿Qué es ser bueno?, se preguntaba el conmovedor Nietzsche, tan frágil, tan acosado, y respondía: ser valiente es bueno.

Sueño con una historia de la humanidad que cuente el empeño de la inteligencia para aceptar y manejar las emociones. Retornaría así a la senda abierta por Tácito, que pensaba que por debajo de todos los acontecimientos históricos latía una pasión humana, o por Heródoto, que escribió: “La historia es una sucesión de venganzas.”

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“Está comprobado que existe una predisposición biológica a aprender ciertas cosas, en contra de lo que creían los conductistas. Venimos al mundo cargados de preferencias y desdenes, de cautelas y aficiones.

Se supone que la influencia sobre la vulnerabilidad a la ansiedad y al miedo tiene que ver con la producción, transporte y metabolización de la serotonina, un importante neurotransmisor. En 1996, se descubrió un gen implicado en la génesis de la angustia. Su nombre es SLC 6ª4, está situado en el cromosoma 17q12 y sería más corto en los sujetos vulnerables a la angustia, al pesimismo y a los pensamientos negativos.

Conviene desmitificar la acción de los genes. No debemos olvidar que no determinan comportamientos complejos. No hay un gen de la inteligencia, ni de la envidia, ni de la propensión a cenar fuera de casa. Un gen determina la producción de una proteína. Eso es todo.

Los miedos se aprenden como las demás cosas. Por condicionamiento (sea condicionado u operante, ya sabe, Pavlov o Skinner), por experiencia directa, por imitación y por transmisión de información. El círculo de los miedos se puede ampliar al relacionarse un objeto con un estímulo incondicionado. El dolor es un estímulo incondicionado del miedo, y por ello todo lo que se relacione con un dolor, sea de modo real o simbólico,  puede adquirir esa misma capacidad de suscitar temor. El condicionamiento operante se basa en una ley: el animal tiende a repetir los comportamientos premiados y a evitar los  castigados.

A lo largo de la infancia vamos aprendiendo los scripts, los guiones que van a dirigir nuestro comportamiento. No podemos improvisar soluciones en cada momento. Necesitamos un arsenal de soluciones que se pongan en práctica casi automáticamente. De lo contrario nos convertimos en pilotos sin manual de instrucciones de vuelo. Pero algunos de los scripts que aprendemos es perjudicial, por ejemplo, el de evitación.

John Bowlby ha estudiado la relación de apego que el niño trenza con las personas que le rodean. A partir de ella, va a construir un modelo de funcionamiento del mundo. Según Bowlby, “la presencia o ausencia de una figura de apego determinará que una persona esté o no alarmada por una situación potencialmente alarmante; esto ocurre desde los primeros meses de vida, y desde esa misma edad empieza a tener importancia la  confianza o falta de confianza en que la figura de apego esté disponible, aunque no esté realmente presente.”

LeDoux ha descubierto algo que produce un cierto desasosiego: Parte de nuestra memoria de los miedos es indeleble. Se conserva en la amígdala y no se borra con el tiempo.

Hans Eysenck, que había propuesto como dos dimensiones principales del temperamento la introversión-extroversión y el neuroticismo-no neuroticismo. El neuroticismo refleja una mayor reactividad a los aspectos negativos del entorno. En cambio, la otra dimensión refleja el nivel de activación cortical. Los introvertidos la tienen muy alta, por lo que evitan verse sometidos a grandes estímulos. Prefieren ambientes tranquilos, modos de vida rutinarios, poco trato social.  En cambio, los extrovertidos tienen un nivel de activación muy bajo, y necesitan estar elevándolo continuamente. Son los “buscadores de emociones” los que necesitan entornos bulliciosos y que  van a engrosar la nómina de los temerarios y de otros tipos de valentías sospechosas.

Martin Seligman alcanzó la fama por sus investigaciones sobre la “indefensión aprendida”. Cuando un animal o una persona llega al convencimiento de que haga lo que haga no podrá cambiar la situación dolorosa en que está o que los intentos que hace producen efectos imprevisibles, se retrae de actuar, adopta una actitud de retirada ante una realidad que le supera, que no controla, y puede derivar hacia la depresión. Todo lo que hace que una persona se sienta acorralada, todo lo que vuelva imprevisible el mundo, o todo lo que convenza de la incapacidad para controlar la situación, implanta el miedo.

Para Carlos Castilla del Pino, el núcleo de la personalidad neurótica, es decir, propensa a la angustia, es la inseguridad, siendo todos los demás síntomas –fobias, obsesiones, inhibiciones, somatizaciones, hipocondrías- superestructuras posteriores.

Freud, listo como el hambre, ya lo había dicho: “La angustia es un tronco común de la organización neurótica en marcha hacia conductas neuróticas más estables y más estructuradas.”

Se define la regulación emocional como “los procesos extrínsecos e intrínsecos responsables de monitorizar, evaluar y modificar las reacciones emocionales”. Es la capacidad para cambiar la atención y activar o inhibir conductas. Se hace posible con la maduración neuroendocrina, que permite al niño tranquilizarse a sí mismo. La influencia del estilo parental es relevante incluso en los primeros meses de vida.

Los mecanismos cognitivos van a ser impulsados, dirigidos, por la ebullición de los afectos. La gran hazaña de la naturaleza humana es que la inteligencia ejecutiva, reflexiva, va a intentar someter a control alguno de los movimientos del afecto.

Las decisiones reciben su energía de zonas muy profundas de nuestra vida emocional.

Toda persona necesita una disciplina, lo ideal es que fuera una autodisciplina, absolutamente necesaria para la libertad. Ése debe ser uno de los  fines de la educación.

El gran Spinoza habla del conatus, del impulso, como núcleo esencial de la realidad. La esencia del hombre es el deseo, el dinamismo impelente, y su acompañamiento de afectos.

Los filósofos, desde Kant, distinguen entre la realidad y el mundo vivido, percibido y sentido por el sujeto. En la realidad no hay colores, sino fenómenos electromagnéticos. Antes de que apareciera la vida, no había colores. Si no hubiera retinas, sólo existirían longitudes de onda. Quien observa el crepúsculo puede que vea un poético incendio de la bóveda celeste, del firmamento, aunque el cielo no sea abovedado ni firme.”


(José Antonio Marina,
Anatomía del miedo)