miércoles, 26 de septiembre de 2012

PSICOANALISIS: CONSEJOS DE PAPA FREUD

PSICOANALISIS: CONSEJOS DE PAPA FREUD: Consejos de papá Freud Fue “el padre del psicoanálisis”, pero ¿cómo era Freud con sus hijos? ¿Aplicaba su teoría en el hogar? Una edici...

CONSEJOS DE PAPA FREUD

Consejos de papá Freud

Fue “el padre del psicoanálisis”, pero ¿cómo era Freud con sus hijos? ¿Aplicaba su teoría en el hogar? Una edición de sus cartas a cinco de ellos revela la trastienda de ese vínculo.

POR Florencia Martín



No es necesario ser psicoanalista para tener una noción del alcance que tuvo el enfoque freudiano en el modo de entender la relación entre padres e hijos en el último siglo. Pero, ¿cómo era el propio Freud en su rol de padre? ¿Cómo se reflejaban sus observaciones en el seno familiar? ¿Y hasta qué punto compartía su saber en el hogar?

Se conocen comentarios esporádicos del “padre del psicoanálisis” sobre sus hijos a través de los intercambios epistolares que tuvo en épocas de amistad con colegas como Wilhelm Fließ y Sándor Ferenczi, pero el tomo Sigmund Freud. Cartas a sus hijos recientemente hace foco en la correspondencia que Freud mantuvo entre 1907 y 1938 con sus cinco primeros hijos (Mathilde, Martin, Oliver, Ernst y Sophie), y transmite una impresión de cómo era la comunicación directa a nivel familiar. (El intercambio con Anna, hija menor que siguió las huellas laborales de su padre, no fue incluido por razones temáticas.)

Los lazos de proximidad y responsabilidad cultivados en el círculo familiar quedan de manifiesto en innumerables ejemplos: Freud seguía de cerca los percances de salud de cada uno de sus hijos, asumiendo la doble función de médico y de padre; les brindaba el respaldo de su red de contactos; les enviaba constantemente dinero; intentaba orientarlos en sus elecciones y los alentaba a combatir sus complejos –o lo que él entendía como tales. Por ejemplo, le aconseja a su hija Mathilde no ceder ante la “naturaleza insistente del hombre” ni apresurarse a contraer matrimonio por temer “no ser lo suficientemente bella” para otros, si bien al mismo tiempo admite no querer dejarla abandonar el hogar antes de que cumpla los 24 años: “En nuestra situación social y material, las jóvenes, con razón, no contraen matrimonio durante la primera juventud; si no, se hastían muy pronto”. Seguía de cerca la evolución de sus nietos –como es sabido, describió la elaboración que hacen los niños de la partida de la madre observando los juegos de su nieto Ernst, hijo de Sophie– y daba consejos sobre su desarrollo: Sophie le escribe espantada que el mayor, ante el nacimiento del hermano, propone “faenarlo”. Freud la tranquiliza diciendo: “[…] al pequeño le ha faltado un padre en los dos primeros años decisivos de su vida […]. Tienes toda la razón en suponer que a otros niños les sucede lo mismo y que simplemente no se habla al respecto”.

Freud mantenía a sus hijos permanentemente al corriente de los sucesos familiares, de su propio estado de salud, de sus pesares, logros y perspectivas profesionales, y compartía su entusiasmo por la ampliación de los círculos analíticos. Sobre las implicancias que tuvo para la difusión de sus teorías contar con el respaldo del entorno del suizo Eugen Bleuer, dentro del que destacaba C. G. Jung, Freud comenta en una carta escrita poco después de la celebración del primer congreso internacional de psicoanálisis: es cierto lo que apuntas del “carácter goy de Jung. […] al menos eso ha llevado a que mis asuntos dejen de ser una cuestión judeo-nacional” [1908].

En su momento la Interpretación de los sueños (1900), Psicopatología de la vida cotidiana (1901) y Tres ensayos de teoría sexual (1905), prácticamente no habían tenido eco en las publicaciones especializadas, y el círculo psicoanalítico, pocos años antes de que se celebrara el primer congreso en conjunto con los colegas de Zúrich, no contaba más que con escasos seguidores.

Realismo y consuelos

Al leer las cartas es interesante observar en detalle cómo los tópicos y tonos varían según el destinatario y el momento de escritura. A quien Freud brinda constantemente consuelo es a su quinta hija, Sophie, que desde su casamiento con el fotógrafo Max Halberstadt sufría en Hamburgo penurias económicas, los síntomas que había dejado en su esposo una herida de guerra de 1916, las carencias de los años de la Primera Guerra Mundial y los embarazos no deseados, que profundizaban las necesidades monetarias de la joven familia.

Sophie habló de este último punto con su padre, que le brindó consejo sobre los métodos anticonceptivos eficaces de la época. Sin embargo, poco después, quedó embarazada por tercera vez. Ante la novedad, Freud le escribe: “Si crees que la noticia me tiene muy consternado, te equivocas […]. Mi consejo es que aceptes a este bebé bien predispuesta y que no permitas que la desilusión y el arrepentimiento les perturbe a ti y a Max el tiempo previo a su llegada. […] Los honorarios de las nuevas ediciones te serán destinados en forma directa. En resumen, no se hagan problemas económicos por su hijita. Tu madre debió atravesar circunstancias mucho más difíciles y aceptó a los niños uno tras otro, sin mucha resistencia, y si no lo hubiese hecho, tal vez hoy Max no tendría esposa o tendría otra completamente diferente. ¿Qué ha de hacerse después? Lo mismo que habría que haber hecho de inmediato. Tomar en serio la tarea del control y, dado que los médicos de Hamburgo son tan retrógrados, viajar a Berlín y hacerse allí del único medio de protección fiable”.

Freud no sólo muestra empatía con la desventura de su hija en la falla de la anticoncepción (tildando a los médicos de retrógrados), sino que además ofrece refuerzo económico (a través de la edición de sus escritos) y consejo sobre dónde podrá obtener un método efectivo para controlar la natalidad a futuro. Esas líneas fueron escritas el 1 de enero de 1920. Apenas 24 días después y a sus 26 años, Sophie murió en un hospital de Hamburgo, adonde se sospecha que ingresó por un aborto mal practicado. Freud le escribe entonces una afligida carta a su yerno: la muerte, dice, “es un acto absurdo, brutal del destino […] del cual no es posible culpar a nadie […], sino sólo bajar la cabeza y recibir el golpe como los seres pobres, desamparados que somos, librados al juego de la fuerza mayor”.

Sin embargo, lo que en el seno familiar se expresa como aliento a la aceptación, a nivel profesional se traduce en una encolerizada misiva al médico que trató a Sophie en la clínica: “El infeliz destino corrido por mi hija me parece albergar […] una advertencia que nuestro gremio no suele tomar muy en serio. En vista de una ley necia e inhumana que obliga a continuar con el embarazo aun a mujeres que no lo desean, se torna evidente que el médico tiene el deber de indicar los medios adecuados e inocuos para prevenir embarazos (matrimoniales) no deseados. […] Espero que estas experiencias sirvan para que los ginecólogos reconozcan cada vez con mayor claridad la importancia de la tarea que les compete”.

Ante la tragedia, Freud halla refugio en su labor: “Me veo beneficiado de poder continuar con mi trabajo, que me permite olvidar durante algunas horas lo que ha cambiado”, le escribe al viudo. “Las necesidades de la vida y ‘el reloj del deber, siempre programado a la misma hora’... hacen bien en momentos de tristeza”.
“Morir en libertad”

Fritz Wittels, biógrafo de Freud, afirmaría que Más allá del principio del placer, texto publicado en 1920 en el que se introduce el concepto de la pulsión de muerte, reflejaba el duelo del psicoanalista por el fallecimiento de su hija. Sin embargo, el propio Freud, casi rechazando a priori este tipo de interpretaciones biográficas de sus escritos, le asegura a Max en 1922: “Si leyera Más allá del principio del placer conociendo las circunstancias personales, debería pensar que se trata de la reacción ante la muerte de Sophie, y en análisis hemos llegado realmente varias veces a ese tipo de conclusiones en el caso de muchos poetas y artistas. Pero lo cierto es que el libro, exceptuando las notas y los agregados, ya estaba listo el otoño anterior [a su fallecimiento] y ya había sido leído por varias personas”.

En las cartas, los complejos momentos personales se alternan con descripciones de viaje, novedades profesionales y hechos centrales de la historia de la primera mitad del siglo XX que afectaron tanto la difusión del psicoanálisis como el destino de la familia.

El 22 de febrero de 1938, pocos días antes de la “anexión” de Austria y de la confiscación de la editorial psicoanalítica por el nazismo (pero casi cinco años después de que en Alemania se hubiesen quemado demostrativamente sus obras), Freud seguía sosteniendo: “Para mí, con las dos mujeres mayores [su mujer y su cuñada], emigrar […], hacer el esfuerzo de intentar hallar una patria en otra parte y buscar la posibilidad de trabajar y de asentarse, queda fuera de toda consideración. Estamos demasiado viejos […]. Lo único que necesitamos es un cuartito de retiro donde podamos esperar el desenlace. Si fuésemos ricos y yo no fuese un inválido, grande sería la tentación de buscar ese asilo en algún rincón bonito de la costa del Mediterráneo. Pero incluso en ese caso tendría que superar el reparo de que mi huida sería la señal para disolver totalmente el grupo analítico. Por fortuna tal tentación no existe, ni siquiera puedo subir una escalera de pocos peldaños […]”.

La preocupación por la supervivencia de su escuela en momentos en los que la emigración judía ya la había reducido a la insignificancia en Berlín y Viena y la falta de perspectivas a raíz de sus continuos problemas de salud derivados del cáncer desalentaban al hombre de 81 años. Pero, más allá de la situación histórica acuciante, Freud finalmente halló motivos personales a favor de la emigración: “Dos esperanzas se mantienen encendidas en estos tiempos sombríos: verlos a ustedes todos reunidos y –to die in freedom” (morir en libertad), según le escribió a su cuarto hijo, Ernst, en mayo de 1938.

Freud ya había imaginado la concreción de su muerte décadas atrás, cuando también dejó entrever la esperanza de que su nombre algún día alcanzara realce: “En lo que a mi entierro respecta, dispongo que se ahorre cuanto sea posible: la categoría más sencilla, ninguna oración fúnebre, comunicación a posteriori. Prometo no afligirme porque se prescinda de toda ‘piedad’. Si es posible hacerlo en forma cómoda y económica: incineración. Si en el momento de mi muerte llego a ser ‘famoso’ –uno nunca sabe–, que no haga ninguna diferencia”.